DEDICATORIA

Este blog está dedicado a los padres que se pasan horas y horas ante el televisor, mientras sus hijos pasan horas y horas ante la consola, y también está dedicado a los maestros que van al trabajo como quien va a la oficina, como una rutina más de su vida, que han perdido el afán de aprender (¿lo tuvieron alguna vez?) y por ello son incapaces de transmitir el más mínimo entusiasmo por los misterios del mundo a sus desafortunados alumnos.

sábado, 31 de marzo de 2012

ICONOCLASTAS

Nuestro colaborador August Mann nos ha enviado un material muy interesante acerca de un evento de orientación feminista, que consiste en una especie de performance iconoclasta: sobre un busto del insigne Rousseau, varias personas lanzan objetos y rompen botellas, prodigándole diversos insultos.

Varias fotografías ilustran esta actuación:


Las fuentes de estas imágenes son:



La razón de esta actuación se debe a que en la obra y el pensamiento de Rousseau hay un lugar destinado a la mujer que se contradice con sus propuestas más radicales de igualdad política. La mujer de Rousseau, Sofía, está al lado de Emilio y es educada de otra manera, con otros fines, más domésticos que políticos. Y en este evento, las mujeres realizan su particular venganza contra el machismo ilustrado, o romántico, como se quiera.

Nada que objetar a que un busto sea agredido por señoras respetables, como desagravio histórico. Cualquiera está en su derecho de protestar, y más aún si las botellas se lanzan contra una masa de piedra o de bronce, en lugar de contra una cabeza de carne y hueso. Se trata de una protesta simbólica mediante una agresión tambén simbólica. Un simulacro de iconoclastia.

Los daños que recibe la víctima son espirituales. Sin embargo, si Rousseau levantara la cabeza, quizás alegaría algunas razones en su defensa:

"Sí, señoras, escribí cosas sobre ustedes que hoy nadie suscribe en público y en voz alta (ves a saber en su casa qué dicen y hacen). Es cierto que en mis teorías sobre la igualdad política y sobre la educación se deslizaron prejuicios machistas, y también que la Declaración de los Derechos Universales del Hombre en realidad no se refería a las mujeres; también es cierto que abandoné a mis hijos, que desconfié de amigos como David Hume, que fui un maniático redomado y un pensador disperso e incoherente. Cierto, cierto, ¡pero dejen de lanzarme botellazos, tengan un poco de piedad!

"Antes de seguir con su performance, piensen en todo aquello que dije y que sirvió para liberar a los europeos de las ataduras medievales, que mis propuestas pedagógicas pusieron las bases de la educación moderna, humanista y centrada en las necesidades de cada niño, piensen que mis ideas políticas inspiraron movimientos revolucionarios liberadores, sin los cuales ustedes ahora no hubieran podido siquiera reunirse para lanzarme botellazos.

"¿Qué más puedo alegar en mi defensa? Dije lo que dije porque en mi época se pensaba a sí, había tantos prejuicios como en la suya, aunque no teníemos eso que llaman lo políticamente correcto, que sirve para no decir lo que uno piensa. Acaso creo que deberían ustedes repartir sus botellazos entre alguno más de sus coetáneos, por ejemplo el señor Berlusconi. Y al lado del mío, pongan un busto de Aristóteles, que también dijo algunas cosas susceptibles de provocar en ustedes cierto enfado, como que el lugar de las mujeres es la cocina, o que el silencio es virtud en la mujer (cosa que la neurociencia ha demostrado, su capacidad lingüística, no la culinaria); pongan pues alguna fotografía de un neurocientífico y échenle pintura. Les sugiero una del señor Punset, que es un gran divulgador de la neurociencia y le encanta participar en performances.

"Les ruego, señoras, que disculpen mis prejuicios y tengan en cuenta mis otras aportaciones, como atenuante. Agradecería una crítica más racional a mis ideas, no eso que hacen ustedes, que es como una enmienda a la totalidad. Cuando golpean mi busto es como si todo lo que dije fuese cuestionado, sin posibilidades de apelación. Creo que no me merezco un tratamiento tan rudo."



Héloïse La Nouvelle






jueves, 15 de marzo de 2012

Descobrir el pensament divergent

Durant una de les meves estades en un institut, vaig haver de començar el tema de la introducció a la sociologia, en primer de batxillerat. Per això vaig passar un petit qüestionari als alumnes, per tal de conèixer què en sabien, del tema. 

Entre les preguntes del qüestionari hi havia la típica: coneixes algun sociòleg? I les respostes varen ser també les típiques: Marx, Weber, Pareto (fins aquí, respostes de llibre); a més de "el senyor del pa Bimbo" (és una resposta de tele, referint-se a l'Eduard Punset). Finalment, una resposta inesperada: Bronislaw Malinowski.


Aquesta resposta no és de llibre. La noia que la va donar havia pres un camí divergent, sabia alguna cosa més, havia explorat pel seu compte. Certament, Malinowski no és sociòleg, sinó uns dels fundadors de l'antropologia cultural, però això es troba massa a prop de la sociologia perquè una noia de primer de batxillerat pugui entendre la diferència.

He de dir que no em va sorprendre que fos ella qui mostrés aquesta capacitat divergent. Es tracta d'una noia tímida, discreta i callada, que no sembla encaixar bé en la classe (una classe molt simpàtica, divertida i sociable); una noia que alguns professors m'havien descrit com a "rarita", amb una fosca història familiar, una noia de la qual no s'esperava gran cosa. Ella mateixa és un exemple de divergència.

El pensament divergent gairebé sempre passa desapercebut, en poques ocasions és reconegut ni valorat adequadament, malgrat tenir-lo al davant. 

Per a mi, aquesta noia poc expressiva s'havia expressat força bé quan va donar la seva resposta: Bronislaw Malinowski, escrit així, correctament (hagués estat molt fàcil ficar una y en comptes de la i final de Malinowski). Aquesta noia és un exemple de pensament divergent amagat, submergit en el magma de la classe.

Malauradament no vaig tenir temps d'arribar més lluny. Pocs dies després vaig haver d'acomiadar-me d'aquell lloc i aquells joves tan simpàtics. No sé si el professor titular, a qui vaig substituir durant un mes, es fixaria en aquella manifestació de divergència. Tot dependria de la seva capacitat d'anar més enllà del llibre, més enllà de la previsió on tothom convergeix, més enllà dels límits mentals que els professors ens posem i que de vegades no ens deixen veure l'horitzó de possibilitats dels nostres alumnes.

Héloïse La Nouvelle

lunes, 12 de marzo de 2012

Un fragmento del siglo XVIII

por Héloïse La Nouvelle


"Crieme como todos los niños, con teta y moco, lágrimas y caca [...]. Ensuciando pañales, faldas y talegos, llorando a chorros, gimiendo a pausas, hecho el hazmerreir de las viejas de la vecindad  y el embelesamiento de mis padres, hasta que llegó el tiempo de la escuela y los sabañones.
[...]
A los cinco años me pusieron mis padres la cartilla en la mano, y, con ella, me clavaron en el corazón el miedo al maestro, el horror a la escuela, el susto continuado a los azotes y las demás angustias que la buena crianza tiene establecida contra los inocentes muchachos. Pagué con las nalgas el saber leer, y con muchos sopapos y palmetas el saber escribir; y en este Argel estuve hasta los diez años, habiendo padecido cinco en el cautiverio de Pedro Rico, que así se llamaba el comitre que me retuvo en su galera."

Diego de Torres Villarroel, Vida, Trozo Primero. Madrid, Aguilar, 1970.

Este fragmento está escrito a mediados del siglo XVIII, por la pluma de un genial escritor, un hombre de letras que salió de la escuela sin apenas interés por las letras y mucho menos por los libros llenos de ellas. Es muy probable que muchos lectores de hoy alberguen recuerdos parecidos de sus años escolares, porque la escuela tradicional, disciplinaria y a menudo violenta, está ahí detrás, en nuestra historia reciente.

Cuando yo tenía siete u ocho años presencié un salvaje acto de violencia, pertrechado por un maestro contra un alumno. Se llamaba Eliecer M. B. Valga decir que ese alumno era también un salvaje, pero era sólo un niño salvaje. El chaval acabó medio sepultado bajo un montón de pupitres tumbados, mientras el mestro le zumbaba por alguna razón que ahora no recuerdo. Sí que recuerdo la expresión de ira en la cara desencajada del maestro, que era también el director de colegio, y miembro además del Tribunal Tutelar de Menores. Supongo que a estas alturas está muerto, e imagino que arde en el infierno.

domingo, 11 de marzo de 2012

Un texto de Zweig sobre la burocracia escolar (en catalán)



La burocràcia escolar
per Héloïse La Nouvelle 

Tinc un vague record de quan als set anys ens obligaven a aprendre de memòria i a cantar a cor una cançó que parlava de l’alegre i feliç infantesa. Encara em ressona aquella melodia simple i ingènua, però llavors em costava dir la seva lletra, i més encara cantar-la amb convicció. Perquè, sincerament, tota la meva època escolar va ser d’un avorriment constant i exhauridor que augmentava d’any en any a causa de la meva impaciència per lliurar-me d’aquella molesta rutina. No recordo haver-me sentit alegre i feliç en cap dels meus anys escolars _monòtons, despietats i insípids_ que ens varen amargar a consciència l’època més lliure i bella de la vida, fins al punt que, confesso, ni tan sols avui puc evitar una certa enveja en veure tota la felicitat, llibertat i independència amb què poden moure’s els nens d’avui. Observant-los, em sembla increïble que els nens d’avui parlin amb els seus mestres amb tota naturalitat i gairebé au pair, que vagin a l’escola sense por i, no com nosaltres, amb una sensació constant d’insuficiència; que puguin parlar sense embuts, tant a casa com a l’escola, dels seus desitjos i inclinacions, propis d’esperits joves i curiosos; són éssers lliures, independents i naturals, tot el contrari que nosaltres, que, quan trepitjaven l’odiada casa, havíem de, com qui diu, recollir-nos sobre nosaltres mateixos per no topar de cap amb l’invisible jou. Pera nosaltres l’escola era una obligació, una monotonia tediosa, un lloc on havies d’assimilar en dosis exactament mesurades, la ciència de tot allò que no val la pena saber, unes matèries escolàstiques o escolastitzades que per a nosaltres no tenien cap relació amb el món real no amb els nostres interessos personals. Era un aprenentatge apàtic i insuls, no adreçat vers la vida sinó vers l’aprenentatge en sí mateix, coses que ens imposava la vella pedagogia. I l’únic moment realment feliç i alegre que em va donar l’escola va ser el dia que les seves portes es varen tancar a la meva esquena per a sempre més.
[...]
Fins i tot passats els anys, cada vegada que passava pel davant d’aquella tètrica i decadent casa, sentia un cert alleujament perquè no havia de tornar a trepitjar aquella presó de la nostra infantesa.
[...]
Els nostres mestres tampoc tenien la culpa del desolador ambient que regnava en aquella casa. No eren ni bons ni dolents, ni tirans ni companys sol·lícits, sinó uns pobres diables que, esclavitzat pel sistema i sotmesos a un pla d’estudis imposat per les autoritats, estaven obligats a impartir la seva lliçó, igual que nosaltres l’havíem d’aprendre, i que, això sí que es veia clarament, se sentien tan feliços com nosaltres quan, al migdia, sonava la campana que ens alliberava a tots.
[...]
Ells seien a dalt, en la tarima, i nosaltres, a sota; ells eren allà per preguntar-nos, i nosaltres per contestar; més enllà d’això, no hi havia cap altra relació entre els dos col·lectius. Perquè entre mestre i alumne, entre la tarima i els bancs, entre el Alt visible i el Baix igual de visible s’aixecava la invisible barrera de l’Autoritat que impedia qualsevol contacte. Que un mestre considerés l’alumne com a individu que exigia un tractament específic, d’acord amb les seves característiques personals, o que redactés, com es fa avui, detallats informes sobre ell, hauria suposat un treball molt superior a les atribucions i capacitats dels nostres pedagogs; d’altra banda, una conversa privada hauria minvat la seva autoritat, ja que hauria posat l’alumne en el seu nivell, que devia ser superior. Al meu parer, el que millor manifesta l’absoluta manca de relació, tant en el pla intel·lectual com en l’anímic, entre nosaltres i els mestres, és el fet que he oblidat els noms i els rostres de tots ells.
[...]
Només des d’una perspectiva tan singular [la conservació de la ideologia dominant] es pot entendre que l’Estat hagi explotat l’escola com un instrument adient pel seu propòsit de mantenir la seva autoritat.  En primer lloc havien d’educar-nos de tal manera que aprenguéssim a respectar l’establert com una cosa perfecta i inamovible, infal·lible l’opinió del mestre, indiscutible la paraula del pare, absolutes i eternament vàlides les institucions de l’Estat. El segon principi cardinal d’aquella pedagogia, que també s’aplicava a la si de la família, establia que els joves no havien de portar una vida massa còmoda. Abans de poder beneficiar-se d’un dret, havien d’assumir el principi del deure, sobretot el deure d’obediència total. Se’ns inculcava des del primer moment que, com que encara no havíem fer res a la vida i no teníem cap experiència, no podíem ni demanar ni exigir, només podíem agrair allò que se’ns donava. En la meva època, aquest estúpid mètode d’intimidació es feia servir des de la primera infantesa.



Aquest retrat de l’escola passada és pot aplicar perfectament a moltes escoles del nostre país durant l’època franquista i els inicis de la democràcia. Em sembla que qualsevol lector que passi dels quaranta podrà reconèixer algun tret dels aquí esmentats en la seva escola, quan era infant. El cas és que aquest retrat va ser escrit l’any 1939, per Stefan Zweig, i es refereix a l’escola austríaca de finals del segle XIX[1]. Però aquest contrast és més viu encara si pensem que és podria aplicar a l’escola espanyola dels anys quaranta i la dels inicis de la transició. Això s’explica en el fet que tots els avenços pedagògics que a Europa es realitzaren a partir de la II Guerra Mundial (i que la II República espanyola va posar també en marxa), en l’Espanya de Franco varen ser suprimits per la restaurada pedagogia jesuítica, de la qual ja es queixaren Montaigne i Descartes.
 




El burocratisme és un dels trets més característic d’aquests tipus de mestres. Vaig conèixer una mestra de cicle inicial _nens de 6 a 8 anys_ que feia servir segells de goma: “absent”, “còpia”, “deures”, hi posava amb el corresponent segell sobre les fitxes dels alumnes. Pot semblar totalment innocent, aquest gest, però és el gest del buròcrata que es manté allunyat de l’altre, és un gest impersonal, mecànic, de qui no té res a veure amb això que hi ha al davant dels seus ulls, sense sospitar que potser aquella absència pot tenir causes que l’impliquen directament, i no ho pot sospitar perquè no coneix els seus alumnes, no els reconeix com a éssser individuals sinó com a conjunt d’alumnes diferenciats en estereotips o fotos, com ara el que parla massa, el que sempre es queixa, el que sempre es despista, el que sempre provoca una baralla o el que mai sortirà del pou. Aquesta mestra representa el paradigma del funcionari docent, el buròcrata autoritari, hereu del franquisme. Sort que es jubila aquest curs.



[1] Stefan Zweig, El mundo de ayer. Barcelona, Acantilado, 2008, pàgs. 51, 54-55 i 58-59.  La traducció al català és meva.