Para vivir sólo tienes que respirar y comenzar a moverte.
Nuestro instinto de supervivencia hace superfluo cualquier reclamo a nuestra
voluntad. Parece cosa fácil, porque todos vivimos. Pero una cosa es lo que pasa
y otra la manera de pasar. Y cuando se trata de dar forma a la vida que cada
uno vive, la cosa ya no resulta tan fácil, porque la formación de nuestra
individualidad es la tarea más ardua que tenemos los seres humanos. Sólo con
posterioridad a los hechos vividos podemos juzgar lo acertado o no de las
decisiones tomadas, para nuestra satisfacción o aflicción.Y para complicar las cosas, no está al alcance de todos la
oportunidad de decidir quién queremos ser, ya sea por las limitaciones de cada
uno ya sea por las voluntades de los demás, porque ambas circunstancias afectan
negativamente el modelado de nuestra persona con la materia de nuestra
vida. Además, la identidad con la que nacemos no siempre la podemos modificar o
cambiar por las dificultades materiales y los prejuicios culturales que
debilitan o tuercen nuestra voluntad, cuando el «qué» somos (sexo, raza,
biotipo, cultura...) tiene una fuerte implicación con el «quién» somos (personalidad,
razón, emoción, creación...). Por otra parte, es fácil caer en el narcisismo o el
más vergonzante exhibicionismo cuando se habla de uno mismo, sobre todo hoy en
día cuando la comunicación no es directa entre las personas, cara a cara con el
diálogo o mano a mano con la epístola, lo que nos lleva a la deformación o
mistificación de nuestra subjetividad. Sin embargo, todas estas dificultades
y contingencias pueden llegar a desvanecerse ante la fuerza de la creencia en el quién es uno mismo y en lo que puede llegar a hacer en el curso de su vida.
Como ya dijera Heráclito de Éfeso, los pensamientos que concebimos moldean
nuestro carácter y éste determina nuestro destino. Estos tres elementos:
pensamiento, carácter y destino, cuando se implican y cierran el círculo de
nuestro existir constituyen el rasgo que más nos honra como humanos: la
integridad.
August Mann
Como bien dijo Descartes, de nada disponemos absolutamente, salvo de nuestros pensamientos; de ahí a poder influir en nuestro destino...
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