AMAR, REIR, PENSAR Y...
Que un profesor hable de amor en una escuela corre el
peligro de ser malinterpretado. Las mentes mórbidas creerán lo que no es. Pero
por este lado no está el mayor peligro para su integridad moral y su
respetabilidad como docente. Porque si hay una palabra que no suena en los
claustros de profesores es justamente la palabra ‘amor’. Imaginaros que dirían
los profesores en una sesión de evaluación si uno de ellos justificara el
aprobado de un alumno etiquetado como “zoquete” porque le ama. Porque no es
acaso amor entrever el ser que puede llegar a ser un niño o un adolescente,
percibir el latido de una capacidad en lo más recóndito de su alma. Qué
educación puede llamarse como tal cuando la palabra más bella ha sido
desterrada de las escuelas. Hasta que su voz no resuene por las aulas y los
patios no hay reforma que salve la educación.
Cada vez me produce más risa muchas de las cosas que veo
pasar. Supongo que será cosa del escepticismo que acompaña la madurez y el
entrar en una cierta edad. Lo único que no me da risa son los ideales de los
jóvenes, porque a pesar de su radicalidad los jóvenes siempre llevan la mayor
parte de razón. Sólo hay que sentarse a su lado en alguna de las asambleas de
indignados de nuestros barrios para darse cuenta de ello. En cambio, las cosas
de los mayores no dejan de sorprenderme y afilar mi ingenio. No hay nada más
placentero y agradable que reirse, pero, eso sí, en buena compañía. Y no hay
nada más contagioso que reirse entre jóvenes. No sé que dirán de mí los alumnos
que curso tras curso pasan por mis clases. Pero espero que lo digan con una
sonrisa en los labios.
El mundo está lleno de cosas maravillosas que despiertan
nuestra curiosidad y nos mueven a su descubrimiento. Mirad la expresión de un
niño cuando algo le sorprende. No hay espectáculo mayor que ver esos ojos
abiertos como platos y el balbuceo de su voz. Por esto me produce una enorme
tristeza lo que los mayores estamos haciendo con la naturaleza. Qué herencia
les vamos a dejar a nuestro hijos si éstos ven horrorizados tierras baldías
donde antes disfrutábamos de pastos y bosques, playas sin vida donde antes
jugábamos con los frutos que nos regalaba el mar. Si tuviese que quedarme con
una sola enseñanza ésta no sería otra que el respeto a la madre tierra, de
donde todos venimos, que nos alimenta y permite nuestro crecimiento como
especie. Todos los seres humanos tenemos la responsabilidad de transmitir a las
genereaciones futuras unos bienes comunes que nunca deberíamos tomar como propietarios
sino sólo como simples usufructuarios.
Que lo urgente en las cosas de la vida no haga olvidarnos de
lo importante. Para eso algunos estamos educando. ¿O no?
August Mann
A eso se le puede llamar "didáctica de proximidad": se aprende mejor si se establecen lazos de cariño y confianza entre alumnos y maestros, y se pueden establecer si el docente es capaz de aproximarse a los alumnos (dado que los alumnos no pueden hacerlo hacia el docente).
ResponderEliminarRousseau recomendaba que la diferencia de edad entre Emilio y su preceptor no fuese muy grande, porque eso facilitaria la proximidad necesaria para que el maestro pudiese entender el mundo del alumno. En realidad, tal recomendación no es estrictamente precisa, porque cualquier persona de cualquier edad puede asumir la aproximación necesaria. Daniel Pennac también es un defensor de la proximidad, y lo ha sido a pesar de su edad. No es una cuestión de edad sino de aptitud. Se puede o no, todo depende de las personas; no todas las personas pueden hacerlo, no todas sirven para mantener relaciones de proximidad con el mundo infantil. De hecho, tenemos maestros que deberían haber escogido otra profesión, como estar detrás de una mesa de despacho.